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Talitha Kum hace una llamada a las conferencias episcopales de cada país
Luis Migulel Modino, 02 de marzo de 2016 a las 09:24
Su trabajo en 72 países de los cinco continentes quiere ser un instrumento de condena contra este tipo de crimen que constituye una verdadera esclavitud contemporánea y que pone de manifiesto la arrogancia y la violencia del poder económico que sitúa el lucro por encima de la dignidad de la persona y que provoca mudanzas radicales no sólo en la vida de las víctimas, como de sus familias.
Para que este trabajo pueda dar frutos, desde Talitha Kum, se hace una llamada a las conferencias episcopales de cada país y a las diferentes congregaciones religiosas para implicarse en la defensa contra toda forma de trata de personas, al mismo tiempo que piden a los gobiernos leyes que de hecho protejan a las víctimas.
En ese encuentro los representantes de diferentes países asumían algunos compromisos que les lleven a trabajar en común con las diferentes organizaciones existentes, buscar la reducción de las causas de esta lacra social a través de la prevención, protección, concientización, programas educativos, investigación social, asistencia y denuncia, lo que sólo puede ser llevado a cabo desde un proceso de conversión y cambio de mentalidad.
En Brasil, la Red Talitha kum se concretiza en la Red un Grito por la Vida, presente en la mayoría de los estados que componen este país de tamaño continental. Estamos hablando de más de 400 personas que colaboran en este proyecto, la mayoría pertenecientes a la vida religiosa, con más de 70 congregaciones.
Pero por encima de la estructura organizativa, lo que realmente impacta es el hecho de escuchar relatos que constatan cómo las personas, especialmente mujeres y niños, se ven envueltos en una dinámica que conduce a la muerte. Sirva como ejemplo el testimonio que las integrantes del núcleo de Manaos, capital del estado de Amazonas, daban recientemente. Mujeres que son llevadas para otros países del entorno de Brasil, como Surinam, donde se convierten en esclavas sexuales de los trabajadores de las minas, o para Europa, donde son explotadas por las redes internacionales que allí operan. Jóvenes que son contratadas como acompañantes de hombres de negocios y que después son desviadas a redes de trata de personas... No olvidemos que de la región norte del país, por su situación geográfica y social, salen o pasan gran parte de las mujeres que sufren la trata de personas.
Pero si estas cosas son preocupantes, resulta espeluznante saber que, como informan diferentes periódicos locales, en 2015, tres niños fueron secuestrados diariamente en la ciudad de Manaos, de los cuáles la mayoría nunca aparecieron, siendo destinados a redes de adopción ilegal y de tráfico de órganos, con la consecuente muerte de éstos. Lo mismo se puede decir de aquellos que sufren abusos sexuales dentro de la propia familia y que es una realidad demasiado común en la sociedad brasileña.
No podemos quedarnos impasibles ante este tipo de situaciones. Necesitamos reaccionar para intentar acabar con esta lacra que nos impide hacer realidad el proyecto de Jesús de Nazaret, que vino para que todos tengan vida en abundancia.
Que el grito de la vida religiosa nos lleve como Iglesia y como sociedad a dar un basta en aquellas situaciones que muestran que somos poco humanos, poco sensibles al sufrimiento de quienes muchos consideran descartables.
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